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Rey Matos, ama como Hombre

Por: Libba Aguilar

@libbaaguilar

Rey Matos, autor y conferencista, comparte su testimonio de transformación y sanidad emocional desde la fe y la masculinidad.
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Rey Matos sabe que a Dios le gusta pelar cebollas. Lo hace con gran sentido del humor y con el inmenso amor del que él mismo ha sido favorecido en todas las áreas de su vida. Desde que se hizo cristiano, a los 16 años, hasta hoy —que tiene cuatro nietos, 48 años de matrimonio, unas cuantas conversiones más y muchas capas menos del que era su duro corazón, rodeado de capas como una cebolla— ha sido testigo de esa transformación.

En su nuevo libro, El arte de amar – 8 fundamentos para noviazgos y matrimonios saludables, cuenta algunas de las veces en que Dios lo desarmó con amor. Como en aquella habitación de hospital, luego de ver nacer a su hija. Se arrodilló, con el rostro contra la pared, y lloró desesperado al darse cuenta de que él, el pastor de la iglesia, no era un buen ejemplo para que esa bebé siguiera a Jesús. ¡Temía tanto fallar como papá!

Capas de dolor, lágrimas y sanidad

Otra vez fue cuando, por pura obediencia, decidió perdonar a su padre. Él se había ido con otra mujer, dejando sola a su madre. Parecía como si Rey mismo pelara la cebolla de tantas lágrimas que brotaron de su corazón descascarado. Ese día se rompió la instrucción militar que por tantos años le había impedido llorar. ¡Ni qué decir de cuando aprendió a dar abrazos en casa de su suegra! O de las lecciones de sanidad emocional y sexual que un ex machista como él ha recibido de Dios por medio de Mildred, su esposa.

Quedar al descubierto ha sido doloroso para el alma, humillante para el ego y muy poderoso para el espíritu. En definitiva, ha valido la pena. Y no solo lo ha beneficiado a él, sino también a toda su familia y su iglesia, quienes, en mayor o menor medida, lo han visto nacer de nuevo, una y otra vez.

Capas que impiden amar como hombre

A propósito de su participación como conferencista central del evento Mi Trabajo Salva Vidas 2025, que se llevará a cabo del 24 al 26 de junio en Bogotá, conversamos con Rey sobre algunas de las capas que Dios debe quitar del corazón masculino para que pueda amar con completa libertad: como todo un hombre.

El faltante más profundo en muchos hombres es la relación de intimidad con su papá. Esa ausencia representa una de las carencias más significativas. La falta de cercanía con el padre impulsa a muchos a vivir en una burbuja de silencio y aislamiento. Esa distancia emocional les impide establecer vínculos profundos. Sufren una frustración interna y una insatisfacción acumulada desde la niñez, adolescencia y juventud, al no haber sido afirmados, educados ni formados por su padre.

Padres ausentes, heridas presentes

La sociedad moderna ha promovido el desprendimiento de la figura paterna. El creciente número de divorcios ha convertido a muchos padres en figuras ausentes o en “padres a control remoto”, que no logran cumplir con su propósito en la vida de sus hijos varones. Esta situación deja una profunda carencia en esos niños, que más adelante se refleja en el matrimonio. Por eso, muchos entran en periodos de mal humor e irritabilidad que ni ellos mismos logran entender.


Otra herida común es la falta de respeto por parte de sus madres. En muchos casos, las madres han sido irrespetuosas con sus hijos varones. No comprenden que, a partir de los ocho años, esos niños comienzan a configurar su interacción con el género opuesto. Las madres pueden ser firmes, pero sin faltarles al respeto, porque eso afecta su identidad masculina. Existen formas incorrectas de disciplinar y palabras inapropiadas que pueden causar dureza hacia la figura femenina.

Esto siembra pensamientos como: “Tú me has faltado al respeto, pero vas a ser la última mujer en hacerlo. No voy a permitir que ninguna mujer me trate así”.

La herencia emocional en el matrimonio

Cuando los hombres llegan al matrimonio con esas heridas, reaccionan agresivamente ante esposas que están de mal humor o elevan el tono de voz. El irrespeto vivido en su infancia formó un prejuicio que termina descargándose sobre la esposa.

La necesidad de salvar mi matrimonio me llevó a aprender a expresar lo que había oculto en mi corazón. Tuve que hablar de emociones y sentimientos, primero con Dios, luego con mi esposa y con autoridades. Yo fui herido por cosas que viví con mi padre y mi madre. Mi niñez no fue hermosa. Por el contrario, recuerdo dolor y tristeza. Viví muchas experiencias que me causaron inseguridad.

De la conversión a la confrontación

A los 16 años, entregarle mi vida a Cristo fue un acto revolucionario. Abracé la Biblia y creí en ella con todo el corazón. Pero cuando me casé, salieron a la luz cosas que yo creía sanadas y superadas. Al convivir con mi esposa, afloraron las heridas ocultas y todo el dolor del contexto en el que fui criado.


Tuve que reconocer que, aunque era un hombre de Dios, estaba viviendo en pecado. Prácticamente llevaba una doble vida. En la iglesia y fuera de casa era un hombre extraordinario, pero en mi hogar era iracundo, impaciente, arrogante y explosivo. Enfrentarme a la necesidad de cambiar no fue fácil. Oré y le pedí al Señor que me transformara. Aprendí a sacar todo lo que había dentro de mi corazón.

El verdadero perdón requiere acción

Muchos hombres hemos confundido el “te perdono” con el “ya olvidé todo”. Eso convierte el perdón en una obra inconclusa. El perdón requiere acción. No debemos pretender hacer solo “borrón y cuenta nueva”.


Cuando la mujer decide perdonar de corazón, no seguirá cargando con el peso del rencor. Pero habrá dolor. No debemos confundir el dolor con la falta de perdón. Mientras ese dolor se disipa, necesitamos ser pacientes e invertir en acciones que confirmen nuestra intención de construir algo mejor.

Volver al primer amor implica tener citas, recordar los buenos tiempos, reír juntos, comprar chocolates, enviar flores, escribir notas y abrir el corazón. El perdón se demuestra con hechos que sanan, no con palabras que prometen.

Inspirar con las palabras correctas

La mejor muestra de sanidad emocional en el hombre son las palabras que usa. Inspirar es parte de la naturaleza del hombre. Por eso es tan importante cuidar lo que decimos, porque tiene el poder de construir o destruir.

La mujer es muy sensible a lo que escucha. Incluso en confrontación, nuestras palabras deben ser apropiadas, como lo hizo Jesús. En Apocalipsis, Jesús confronta a las iglesias, pero primero habla de sus buenas obras, de su espíritu correcto, de su celo por Dios y por la doctrina. Solo después dice: “Pero tengo algo contra ti”.

Ella responderá al amor bien expresado

La mujer responde a todo lo que el hombre hace por ella. Si el hombre siembra buenas palabras, ella responderá con consuelo, admiración y actos de servicio. Una mujer inspirada lleva al hombre al éxito.

Los hombres debemos tomar la iniciativa. Arrepintámonos si hemos usado mal nuestras palabras y aprendamos a hablar con sabiduría. Seamos tiernos al hablar. Sembrar en el corazón de nuestras esposas dará resultados, porque ellas son expertas en recompensarnos.

La responsabilidad de la intimidad

El sexo no es un derecho del hombre, sino una responsabilidad matrimonial. Cada uno debe asumir su papel de redimir sexualmente a su pareja. Debemos esforzarnos por entender sus necesidades y suplirlas.


Los hombres necesitamos hablar el lenguaje de amor de nuestras esposas. No se trata de decir: “Quiero tener intimidad y eres responsable de dármela”. La Escritura no nos da autoridad para exigir. Nos delega la responsabilidad de complacer. Para lograrlo, necesitamos conversaciones profundas, preguntas íntimas y hablar abiertamente. Dios le encargó al hombre esa tarea, para que ella también disfrute su sexualidad.

Paz: fruto de la mansedumbre y la humildad

Para tener paz, debemos hacer dos grandes inversiones: convertirnos en personas mansas y humildes.

Los hombres tienden a ser conflictivos y a responder con aspereza. Por eso es fundamental que practiquen la mansedumbre. Las mujeres, por su parte, muchas veces tienen dificultad para ser humildes. Sirven tanto que, cuando fallan, les cuesta reconocerlo y pedir perdón.

Pero tanto el hombre como la mujer deben trabajar en ambas áreas. Quien no esté dispuesto a hacerlo, difícilmente encontrará la paz.

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